POR UNA LEY DE DERECHOS DE LA TERCERA EDAD

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Una publicación como ‘Femenino Singular’ no puede quedar al margen de plantear ante la opinión pública la realidad de lo que está pasando con las personas que han alcanzado la denominada tercera edad. La pandemia que estamos viviendo ha visibilizado algo que estaba oculto, pero que es una realidad.
Es evidente que las personas mayores son un colectivo  altamente vulnerable, al que los poderes públicos tienen la obligación de dedicar las atenciones y soluciones a sus problemas que en justicia se merecen. Cuando nos dan las noticias y las estadísticas de lo que ha pasado y está pasando en las residencias de la tercera edad en los meses de pandemia no podemos menos que sonrojarnos.  Y no compruebo que se estén preparando, con la celeridad que requiere,  normas que eviten que esto vuelva a suceder.
Pero no sería lógico  creer que el problema de la tercera edad solo radica en hacer normas reguladoras para las residencias. El tema es mucho más profundo. Se ha de plantear seriamente los derechos que en justicia corresponden a las personas que en su momento fueron el cimiento de nuestra sociedad.  La idea de que el anciano supone una carga social y económica para las actuales generaciones resulta una aberración intolerable, muy alejado de lo que es o debe ser la justicia social.
Muchas pensiones no permiten vivir con dignidad, después de muchos años de trabajo en la economía productiva, y no digamos las de viudedad que en muchos casos rondan el escándalo. Las ayudas que por diversas causas necesita la persona mayor derivadas de su biología son escasísimas, lo que desplaza de la sociedad al anciano. Las noticias aparecidas en los medios de comunicación de ciertas preferencias a la hora de aplicar tratamientos médicos contra el virus que nos acecha eran totalmente impresentables. Obligar a nuestros abuelos a ponerse en una cola de cualquier entidad para realizar una gestión porque no dominan los modernos sistemas informáticos se ha convertido en habitual. Produce tristeza y demuestra una total falta de sensibilidad. No hablemos de las barreras arquitectónicas en nuestras ciudades, incluida la falta de ascensores que mantienen recluidas a muchas personas en sus domicilios sin permitirles mantener relaciones sociales, aislándoles socialmente. Las últimas declaraciones de líderes políticos en el que el argumento de que los mayores no deberían opinar, porque ya tuvieron su oportunidad fue un verdadero escándalo. Se pueden poner más ejemplos que nos pondrían los pelos de punta, pero de lo que se trata es de proponer de forma urgente una reforma de la Ley de Bases sobre los derechos de la Tercera Edad para que sirva de referencia y cada vez que se legisle se deba de tener en cuenta.
Como dijo la escritora Isabel Allende “mi vejez es un regalo precioso”. La sociedad ha de colaborar en que esto sea una realidad, pues una comunidad que descarta a los ancianos no tiene futuro, ya que la política debe tener como objetivo el progreso, y este no pude avanzar sin contar con la experiencia.
 
José Mª Mesa Parra